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domingo, 16 de julio de 2017

MATEO 10, 13. SEMILLAS

 MATEO 13, 1 – 9: Ese mismo día salió Jesús de la casa y se sentó junto al lago. Era tal la multitud que se reunió para verlo que él tuvo que subir a una barca donde se sentó mientras toda la gente estaba de pie en la orilla. Y les dijo en parábolas muchas cosas como éstas: Un sembrador salió a sembrar. Mientras iba esparciendo la semilla, una parte cayó junto al camino, y llegaron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, sin mucha tierra. Esa semilla brotó pronto porque la tierra no era profunda; pero cuando salió el sol, las plantas se marchitaron y, por no tener raíz, se secaron. Otra parte de la semilla cayó entre espinos que, al crecer, la ahogaron. Pero las otras semillas cayeron en buen terreno, en el que se dio una cosecha que rindió treinta, sesenta y hasta cien veces más de lo que se había sembrado. El que tenga oídos, que oiga.»


¿Estamos faltos de tierra fértil?¿Acaso no hay lugar para encontrar buena tierra? Me surgen hoy estas dos preguntas viendo no ya la escasa respuesta de la comunidad humana ante los diversos dramas que nos azotan, sino la de la sociedad más cercana en la que, muchas veces, parece que no cale ningún acto de buena voluntad. Desestructuración, abandono, crisis, adicciones, fracaso… son algunas de las palabras que se han situado en la descripción de nuestro mundo más cercano.

Evidentemente que hay buena tierra. Ciertamente, aunque poca, hay grupos de personas en las que ha calado el deseo de ayudar, colaborar y ser solidarios. Viva! Pero con ello no basta porque, también es cierto, provoca cansancio. Si la ola de voluntarios, por ejemplo, no crece es evidente que los que ahora están trabajando, y mucho, van a flaquear en algún momento. Así las cosas, necesitamos descubrir más buena tierra. Y para ello, como cita la parábola, habrá que apartar, limpiar el camino de piedras, sacar los cardos que ahogan, cuidar la semilla plantada y estar atentos al crecimiento, porque los que han de venir deben ser cuidados como oro.

El fin, obviamente, no será producir el cien por cien. Que cada uno produzca lo que pueda, no creo que a Dios le importe si un diez, un sesenta o un tres por ciento si lo que damos es todo lo que podemos dar. Más aún, incluso si dándolo todo lo perdemos y nos quedamos sin nada no importa, pues dimos lo que teníamos. La buena tierra está también al amparo del clima, de las inclemencias, de la polución… así que aunque los resultados importan, hay que lanzarse a amar con todo, aún perdiéndolo.
El sembrador siempre sale a sembrar, ¿y nosotros?

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