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jueves, 27 de julio de 2017

MATEO 13, 10. EN PARABOLAS

 Mateo 13, 10 – 16: Y acercándose los discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» El les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane. «¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!


Efectivamente, el Evangelio, los Evangelios, traen a nosotros una serie de relatos catequéticos sobre Jesús. Que mejor forma que las parábolas para que los autores de los evangelios traten de describir aspectos del Misterio como el Reino, el amor de Dios, el juicio venidero o la Resurrección del Señor, por ejemplo. La Biblia es rica en recursos literarios y en géneros de diversa índole, desde el mito al discurso, pasando por las parábolas (en este caso) o la poesía. Hay que saber, por tanto, qué leemos en cada momento para no caer ni en el radicalismo, ni en la inocencia (creyendo todo lo que nos plantea el texto). De Dios han llegado y siguen llegando a nosotros intuiciones de lo que es. De Cristo, en mayor o menor medida, también.

Este pasaje de hoy se repite a lo largo del Evangelio. Dichosos son los ojos de éstos que entienden, como después recordará el Nazareno en el pasaje con Tomás en su Resurrección, o con aquella otra mujer que le dirá lo de felices los pechos que te dieron de mamar. Es la incursión profética por excelencia, repetida a lo largo de la historia del pueblo y que, para Mateo, hace presente este Moisés definitivo que es Jesús.

Las parábolas suponen para nosotros un cierto ejercicio intelectual, por un lado, y otro de fe. El Reino de Dios  es algo en lo que creemos y también algo en qué pensar. De un modo u otros necesitamos, como seres humanos, racionalizar en cierta medida las diferentes abstracciones que suponen los elementos celestes y la misma relación con Dios. La fe, si bien personal e incalificable, ha de poder masticarse por cada individuo para, después, poder ser verbalizada. Algo parecido a lo que recoge el prólogo de Juan: la Palabra estaba con Dios / el Verbo se hace carne.

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