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miércoles, 26 de julio de 2017

MATEO 20, 29. CIEGOS DE JERICO

 Mateo 20, 29 – 34: Cuando salían de Jericó, le siguió una gran muchedumbre. En esto, dos ciegos que estaban sentados junto al camino, al enterarse que Jesús pasaba, se pusieron a gritar: «¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David!» La gente les increpó para que se callaran, pero ellos gritaron más fuerte: «¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David!» Entonces Jesús se detuvo, los llamó y dijo: «¿Qué queréis que os haga?» Dícenle: «¡Señor, que se abran nuestros ojos!» Movido a compasión Jesús tocó sus ojos, y al instante recobraron la vista; y le siguieron.


El grito de los ciegos camino de Jericó retumba hoy, en los oídos de los cristianos, cuando cada vez que pasamos por el mundo escuchamos cómo la necesidad humana nos interpela. Una necesidad que nos debe mover a compasión, a pesar de que en el mundo cada vez sea un poco más difícil mantenerse sensible, abierto, favorable a estos gritos que estamos escuchando. DE hecho, estamos ante la imperiosa necesidad de responder a la pregunta: ¿Qué queréis que os haga? Con una respuesta que depende de todos pero sobre la que hay que poner ya fecha de resolución. La respuesta puede ir desde lo más local hacia lo más global, o desde lo más universal a lo más particular. Si finalmente entramos en tiempos de resolución ciertamente tanto da el orden de las respuestas, aunque claro está que habrá que actuar con premura.

A compasión ya estamos movidos, lo hemos estado siempre. El pensamiento del ser humano ya ha razonado, pensado y repensado al respecto. El camino lo conocemos. El problema de la respuesta no es tanto del ciudadano de a pie sino de las estructuras (civiles, sociales, económicas o de poder, por ejemplo). Así, mientras ayer diversas ONG claman ante la problemática del Mediterráneo los gobiernos de países como España o Italia, entre otros, prefieren hacerlos callar. Pocas veces los gobiernos se pronuncian taxativamente, prefieren hacerlo con un silencio administrativo. Con todo y en definitiva, sea como sea el silencio, siguen sin hacer nada.

¿Podemos imaginar el pasaje de hoy escuchando gritar a los ciegos y con un Jesús que mirándolos, dice algo a los apóstoles, saluda, y marcha en silencio?¿Podemos imaginarnos luego a los discípulos lanzando piedras de advertimiento para que no se acerquen los ciegos, o los leprosos, o los niños?¿O podemos también imaginar a la entrada de Betania un centro como el de Idomeni? Entonces, qué nos mueve a hacerlo en nuestro tiempo, con nuestros semejantes? Siendo movidos a compasión terminamos dejando a cada cual a su suerte?

La paradoja la tenemos en casos de flagrante denuncia. Si la banca pide, y se les pregunta ¿qué queréis que os haga?, hay una respuesta rápida: os rescatamos. Si a Florentino le da una pataleta y le dicen, ¿qué quieres que te hagamos?, pues se le indemniza. Si deciden imputar, no sé, por ejemplo a una infanta, también se le pregunta ¿qué quieres que hagamos?, se la perdona, pobrecita. Y casos, y casos, y más casos.

Los demás, como son ciegos…

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